En el jardín que anida los antojos
una rosa entreabierta dormitaba
su color era gris, como tus ojos
y una perla en azul se desmayaba.
Las mariposas entre mil colores
revoloteaban sin cesar y el viento
como un canto a la vida y a las flores,
en el silencio deshojaba un cuento.
Y el sol iba tiñendo de amarillo
y aquel tiempo de luz la rosa toca.
El rocío mojaba y en su brillo
se hacía caricia en medio de su boca.
Una nube curiosa se posaba
sobre su alto verde con espinas
y un misterio de ausencia se miraba
en los conos de sombra de su esquina.
Las hojas del amor se columpiaban
la rosa grís sus pétalos abría.
Una ronda de duendes se acercaba
y un violín a lo lejos se reía.
Gusanillos de seda sobre el suelo
hablaban sin palabras y en su idioma,
mientras la brisa, desde el mismo cielo,
hacía volar un mundo de palomas.
Todo era un renacer y en ese momento
arrancaba el letargo del verano.
Yo me acercaba a ti, callado y lento
y aquella rosa gris ponía en tus manos.
su color era gris, como tus ojos
y una perla en azul se desmayaba.
Las mariposas entre mil colores
revoloteaban sin cesar y el viento
como un canto a la vida y a las flores,
en el silencio deshojaba un cuento.
Y el sol iba tiñendo de amarillo
y aquel tiempo de luz la rosa toca.
El rocío mojaba y en su brillo
se hacía caricia en medio de su boca.
Una nube curiosa se posaba
sobre su alto verde con espinas
y un misterio de ausencia se miraba
en los conos de sombra de su esquina.
Las hojas del amor se columpiaban
la rosa grís sus pétalos abría.
Una ronda de duendes se acercaba
y un violín a lo lejos se reía.
Gusanillos de seda sobre el suelo
hablaban sin palabras y en su idioma,
mientras la brisa, desde el mismo cielo,
hacía volar un mundo de palomas.
Todo era un renacer y en ese momento
arrancaba el letargo del verano.
Yo me acercaba a ti, callado y lento
y aquella rosa gris ponía en tus manos.
Autor:León Romero
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