Tiempo que se quedo en la misma tarde
cuando la llamarada de tus ojos
fueron dos brasas que en silencio arden
y un horizonte de dos soles rojos.
Tarde que se durmio en los vendavales
como un bostezo largo de esperanza.
Tarde que esta aquietando manantiales
en el recuerdo azul de la añoranza.
Y en tu cálida piel de duraznero,
clavel del aire que no tiene prisa,
se escondió la quietud en el lucero,
y se acostó su boca con la brisa.
Y se detuvo el cielo en los trigales,
y acarició tus manos encendidas.
Y la tarde murio en los predegales
y esa tarde, se nos fue la vida.
Autor: León Romero
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