Cuando nos hacemos adultos reconocemos el valor de todas las enseñanzas de nuestros padres y que hacen la persona que hoy somos. Siempre recordamos cuando eramos niños, las veces que caminabamos a su lado. Cuando nos hacemos adultos y tenemos nuestros propios hijos trasmitimos esas enseñanzas a ellos.
Un padre amoroso protege a sus hijos,
les provee abrigo, los cubre de amor,
le enseña valores, le muestra ternura,
es fuerte, humilde y es trabajador.
Hoy traigo el recuerdo de quien es mi padre,
desde muy chiquita me guió al caminar.
Llenó de ilusiones todos mis rincones,
le sobraba tiempo y ganas de jugar.
Derrochaba besos su inmensa ternura,
con manos de obrero de gran honradez.
Lejanos recuerdos donde me sumerjo,
me embriago en la historia, mi dulce niñez.
Tantas primaveras con él he pasado,
dejé un día el nido y me fui a volar.
Siempre valoré todo lo enseñado,
¡feliz que en la vida me viera triunfar!
Su palabra justa me brindó el aliento,
un abrazo tierno dispuesto a entregar.
Corre por mis venas su sangre nativa
él me dio la vida, supo siempre amar.
Valioso diamante que siempre atesoro,
recuerdos queridos de un mágico ayer.
Hoy su paso es lento, lo veo cansado,
lo miro a los ojos, veo envejecer.
El paso del tiempo arrastra sus años,
su cuerpo vencido cansado de andar.
Continua sonriendo y tomando mi mano,
le llevo a su nieto y se pone a jugar.
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