Las aguas del arroyo saltaban en las piedras
un caserón dormido doblaba su silueta
salpicando de tiempo, coronado de hiedra
deteniendo tormentas a pesar de sus gritas.
El revoque perdido por los vientos del oeste
mostraba la gastada quietud de sus ladrillos
y a un costado del mismo, con su figura agreste,
los aromos pintaban un cielo celeste.
Y tu y yo, como nadie descubriendo otro mundo
en nuestro amor prohibido en medio de las flores
bajo su techo oscuro, desgastado y profundo,
soñábamos la tarde de cuentos y de amores.
Y el caserón entonces, hermano y solitario,
como una antigua foto perdida en algún rollo,
nos saludaba en sombras, nos esperaba a diario
para contar historias al agua del arrollo.
Autor: León Romero
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