Se recomienda visitar al odontologo por lo menos una vez al año. Para muchos es un sufrimiento cada vez que acudimos a una consulta. No porque tengamos que pasar por dolor, si no por todo el entorno, desde la sala de espera, hasta el consultorio. Sentimos ruidos, olores, vemos al profesional con guantes, barbijos, jeringas, algodones, instrumentos y toda esa situación nos llena de estrés porque no vemos lo que nos hacen dentro de la boca.
Hoy concurriré al dentista
y el temor me invade el cuerpo,
cada vez que lo visito
se acelera el sufrimiento.
Cuando acudo al consultorio
él me señala el asiento.
“Abra bien grande la boca”
y despliega su talento.
Cubre su boca un barbijo,
y una jeringa se asoma.
Con sus guantes descartables
él me anestesia la zona.
Con instrumentos de mano,
me da charla y me distrae,
y una luz, aunque encandila
más tranquilidad me trae.
Con un espejo me observa
caries en la dentadura,
y en cada muela que toca
explora surco y fisura.
Dientes, paladar y encías,
los implantes, las coronas,
tratamientos de conducto,
la amalgama acondiciona.
Que la cerda, que el cepillo,
para dejar de sangrar,
“Y para un diente amarillo
la nueva pasta has de usar”.
“Puede combatir el sarro
si usa siempre hilo dental.
¡Cepille todos sus dientes!
¡Cuide la higiene bucal!”
Y a pesar del sufrimiento
le estoy muy agradecida,
pues gracias a mi dentista
¡hay belleza en mi sonrisa!
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