Las Perdidas y Vacíos del Alma
En lugar de seguir rumiando, lamentando y llorando las pérdidas irreparables, como la muerte de un ser querido o un desamor, lo realmente sensato y saludable es reengancharse de nuevo a la vida cotidiana y vivir plenamente cada instante, sin permitir que las penas, las desgracias y los sinsabores del pasado sigan malogrando nuestro presente.
Nadie pone en duda que las pérdidas afectivas y emotivas, por el gran vacío que causan, nos dejan el alma frágil y dolorida.
Es normal que sea necesario pasar por un periodo de “duelo”, pero el peligro que se corre es instalarnos cómodamente en el lamento por la pérdida y no hacer lo posible por volver a la esperanza, la ilusión y las ganas de vivir una vida normalizada.
¿Cómo? Dejándose querer, animar y consolar por amigos y seres queridos, no caer en la tentación de meterse en cama o encerrarse en casa, y librarse de todo recuerdo que pueda reabrir la herida. Pasar página con decisión y hacer balance de todo lo bueno, entrañable y positivo que sigue llegando y enriqueciendo la propia existencia.
Las pérdidas dejan de convertirse en traumas que nos malogran la existencia en el momento en que entendemos que igual que los precios suben, que hay políticos corruptos, que nadie da duros a pesetas, que hay amigos que traicionan y que la mayoría de las promesas no se cumplen, que los amores también se agotan, aunque los haya que duran toda la via.
Las cosas suceden, por las causas que sean, y que no sirve de nada negarlas, ni trinar o maldecir contra ellas y, muchos menos, permitir que nos aplasten y nos condicionen por completo el futuro.
La misma energía que uno emplea en lamentar su suerte, en decir que su vida ya no tiene sentido y que no quiere vivir, tiene que emplearla en decirse a si mismo exactamente lo contrario.
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